Con la de horas que paso delante de la pantalla del ordenador, podría haberme dedicado a buscar alguna información o algún test más concretamente para aclarar si estoy enganchada o no a la red, a internet.
Evidentemente, como cualquiera que tiene un problema adictivo, mi respuesta inmediata sería negarlo, pero a mí me gusta ser clara con mis virtudes y mis defectos, y cómo no, con mis adicciones.
Creo que se puede considerar que una persona es adicta a la red cuando casi literalmente no puedes mover el culo de la silla de delante del ordenador, cuando descuidas aspectos importantes de tu vida (trabajo, familia, amigos,…) por estar más tiempo conectado, cuando no encuentras placer ni satisfacción de ninguna otra manera. O, en casos ya más graves, cuando confundes la realidad con el mundo virtual.
Llevo unos años moviéndome un poco por la red, y creo que no, que no soy adicta. Para mí hoy internet se limita a escribir un poco y a leer un poco más. Me ha servido como hobby, a falta de tiempo y espacio para tener otros.
Durante una temporada probé los chats. Creo que si hubiese sido psicóloga, podría haber hecho un estudio sobre quiénes se mueven por ellos, con qué finalidades, y comprobar con qué facilidad la gente liga más fácilmente delante de una pantalla que con alguien delante de sus mismas narices. Esto daría mucho para hablar: los nicks, los roles que se adquieren,… sería un tema extensísimo. Como anécdota puedo explicar que me resultó muy curioso que, cuando entras en un chat, lo primero que te pregunta un individuo es si tienes Messenger y si tienes cámara. La típica pregunta de ligar de “si estudias o trabajas” ya dejó de existir (claro, probablemente hoy en día con las cifras de paro actuales, lo más probable es que no trabajes).
Y el cibersexo? ¿El sexo virtual? Uff, esto también será para un capítulo aparte en próximas semanas.
Lo queramos o no, muchos de nuestros empleos dependen casi exclusivamente de internet. Existen empresas donde unas horas sin internet –una incidencia circunstancial, casual y más que poco probable como sucede en la mía-, provoca un caos generalizado y se paralizan todas las gestiones y trámites. He estado dos días sin ordenador en casa. Porque, ¿os habéis parado a pensar en cuántas casas hoy en día no existe internet, ordenador? Tenía que arreglar unos trámites, y fue imposible hacerlo por teléfono. Finalmente, tuve que desplazarme a la oficina, solucionarlo allí y por fin mi ordenador vuelve a estar vivito y coleando.
Hoy no se puede vivir sin San Internet. Ésta es mi visión, resumida, de adulta, pero preguntadles por ejemplo a los adolescentes.